Pata de Palo
—No debería ser yo el que está aquí después de tanto tiempo, viendo a estos muchachos, a esta gente sentada cada mañana fría y dura de invierno. Siento como mi vida llega a su final. No sé cuánto más pude sufrir. Cuántos cielos, y amaneceres, cuántas lunas, cuántos días de espalda a un mundo inabarcable. La vida es caprichosa. Cada uno tiene y vive su decorado. Su destino. Que en mi caso hizo un quiebro cuando apenas era un niño.
—Peguerillas era un apeadero de Gibraleón ya pegado a Huelva. Un andén, y poco más, donde los viajeros subían o bajaban del tren aprisa, en marcha todavía, sin parar siquiera. La tuya no, la tuya era una "estación estación". Estación de Cumbres Mayores. Completa, tenía de todo para la época: aparcamiento, sala de espera con la ventanilla para el despacho de los billetes, andén, doble vía, cantina, y además el muelle de las mercancías.
—Te hablo del tren de Zafra a Huelva. Del ferrocarril que por la ruta de la Plata nos llevaba hasta el norte. Fueron los ingleses de las minas de Riotinto. A final del siglo XIX. A Principios del XX. Quienes lo construyeron. Porque el mineral no llegaba por los caminos angostos. Ni por las carreteras de entonces. Imposible. La solución el tren. Vagones y más vagones. Railes de metal. Traviesas de madera. El jefe de estación. El factor. El maquinista. El fogonero. El revisor. El capataz. El guardagujas. En el recuerdo. Todos en mi recuerdo . Soy Pata de Palo. En cualquier caso, no es más que un monólogo conmigo mismo. Lo que tú dices. Al hilo de mis pensamientos.
—Te hablo de las estaciones de La Nava, Jabugo/Galaroza (El Repilado), Almonaster Cortegana, Gil Márquez, Valdelamusa, El Tamujoso, El Cerro, Calañas, Los Milanos, El Cobujón, Gibraleón, Peguerillas, Huelva. Claro que falta alguna. Puede. A veces me falla la memoria.
—Huelva, nuestra tabla de salvación. A Huelva en un vagón de tercera. Con tus hijos: los estudiantes de bachillerato a examinarse en el instituto de enseñanza La Rábida; las cosarias con las asaduras, los despojos, las entrañas: hígados, lenguas, caretas, tocinos, riñones. En bolsas y cajas debajo de los asientos a resguardo de la vista del revisor. Al amparo de la plaza de Abastos, del mercado del Carmen. La vida es caprichosa. Cada uno tiene y vive su decorado. Su destino.
—El mío una pata de palo. Un viaje de ida y vuelta sin lugar para el respiro. Cada día, como cada día, al encuentro de la gente: el murmullo de los pasajeros, lo que dicen, su palabras, sus gritos, sus comentarios; los miro de frente, de cara; atrás he dejado Calañas, mi pueblo, atrás he dejado mi niñez, la escuela que no tuve; anestesiado, no me incomoda el cansancio ni los asientos de madera... Cuando pasan los años te das cuenta de que te tocó el peor billete. Tu consuelo que nunca probaste las comodidades de la primera clase. No las echas de menos. Media pierna. Un muñón. Un palo. La muleta bajo el brazo. Las tiras con los números en la mano. Las avellanas. La baraja de cartas. La Rifa. Una, a la ida. De Calañas a Huelva. Otra, a la vuelta. De Huelva a Calañas. Así, cada día, como cada día. Como medio de vida, un paquete de avellanas, dos paquetes de avellanas, tres paquetes de avellanas. Quién da más.
—Pero hay quienes creen que yo tenía también aventuras y turbios negocios. Nada recomendables. Allá ellos. Ni afirmo, ni niego. Lo dejo en el aire. La vida es una mentira. Una hermosa. Una fantástica aventura de curvas, rampas, pendientes, tuneles, trincheras, descarrilamientos. Que nos permite todo. Por eso nos gusta tanto. Porque nos traslada a otra realidad y podemos ver a las personas. A las cosas. Desde ópticas diferentes. Sugerente, seductora. Una emoción en si misma. Calles Concepción, Plaza de las Monjas, Puerto, Rábida, el Conquero, el Muelle, la Punta del Sebo... Ahora, sin embargo, solo pienso en llegar a casa, descansar un rato. Seguro que mañana tengo que volver a coger el tren. Temprano. Siento como mi vida llega a su final.
JECG
Comentarios
Publicar un comentario